Marcello llega al piso cuarenta y pico del rascacielos que le ha tocado. Allí le corresponde una vida normal, pautada, de clase media, sin grandes lujos, sin grandes precariedades, normal entre los que tienen voz y como normal, ha de aceptar vender su tiempo a cambio de no preguntarse por él ni por sí mismo. ¿Cómo consigue el rascacielos que Marcello no se cuestione su existencia, su tiempo, ese mismo que le pone años, arrugas y disgustos encima, ese mismo que asfalta el camino hacia la única certeza humana? Tal vez sea porque los rascacielos son siempre una encrucijada cavando en silencio. ¿Hay alguna salida posible?
Serpentea la madera y zigzaguea el azufre, pero seguirás diciendo vale, siempre. Y no habrá descanso. Tápate los ojos, contrata Netflix, mastúrbate, ve a misa, ten un nene, y, compra, cualquier cosa, pero compra siempre. Es igual, hagas lo que hagas, no habrá descanso. Y ¿por qué? Porque si no sentís el latido de las paredes de tu hogar, quizá sea porque en el hogar de tu pecho no corra la sangre. No nos alarmemos, lo más probable sea que estés como la gran mayoría y hayas tenido que empeñarla como garantía para tu hipoteca.